"Los Niños del Silencio" es un poema crudo y visceral que denuncia los abusos cometidos contra los más inocentes, aquellos que deberían haber encontrado amor y protección en su hogar, pero solo hallaron miedo y violencia. A través de imágenes potentes y una ira contenida, el texto se convierte en un grito de justicia y en un homenaje a las víctimas cuya voz fue silenciada. Es un recordatorio incómodo y necesario de las heridas que dejan quienes traicionan la confianza más sagrada. Este poema no solo busca señalar a los culpables, sino también interpelar al lector: ¿qué hacemos, como sociedad, frente a estas injusticias? ¿Cómo podemos evitar que el silencio se siga heredando? Invita a mirar de frente aquello que duele, a no volver la vista, y a actuar para que no vuelva a repetirse.
Los Niños del Silencio
No hay castigo suficiente
para quienes entienden el amor
como un juego de poder,
una cadena disfrazada de cuna,
un monstruo que se sienta a cenar,
con la misma cara que llama «mamá» o «papá».
Los gritos no eran suficientes,
ni las puertas cerradas,
ni las noches en las que el miedo
tenía nombre, apellidos,
y dormía en la habitación de al lado.
¡Hay cosas que no se tocan!
Pero ellos las rompieron,
las hicieron trizas.
Y ahora tú y yo
recogemos pedazos con las manos,
ensangrentadas
de tanta historia.
A veces imagino fuego,
no el que purifica,
sino el que arrasa.
El que no pide permiso,
el que grita: «¡Justicia, cabrones!».
Y aún así, ni el odio me alcanza
para igualar el daño.
Por lo que hicieron,
no tiene perdón,
ni redención,
ni humanidad.
Y yo solo espero —solo eso—
que haya algún niño vivo.
Que no le hayan matado por dentro.
Que su voz no se haya perdido
en esa oscuridad que otros le impusieron.
Porque no hay palabra sucia suficiente
para nombrarlos.
No hay Dios, ni ley
que les excuse.
Y yo aquí.
Temblando.
Escupiendo fuego.
Y deseando que el infierno exista
para quienes tengan reservado su sitio.